Una de las leyendas más universales tiene su eco en Querétaro. Según los relatos, en las noches más tranquilas, una figura femenina vestida de blanco deambula cerca del Río Querétaro. Su rostro, pálido y cubierto por un velo, oculta la tristeza de una madre que busca a sus hijos perdidos. Se dice que quienes escuchan su desgarrador lamento, “¡Ay, mis hijos!”, deben rezar y evitar mirar hacia el río, ya que su presencia trae mala suerte y un frío inexplicable.