Ana Clavel y dejarse la piel en la escritura
Con una sensualidad desdoblada, Ana Clavel da cuenta de una historia personal atravesada por la literatura en su más reciente libro ‘Autobiografía de la piel’
En ‘Autobiografía de la piel’ la autora mexicana Ana Clavel le da voz a este órgano que es frontera del mundo de la experiencia. Lo hace con una sensualidad desdoblada da cuenta de una historia personal atravesada por la literatura. Sobre esta obra y sobre sus intereses habló la escritora en entrevista.
Sí. Ante esta posibilidad de hablar de los deseos transgresores y de legitimar el placer al que se tiene derecho, no me bastó con la ficción de la piel pensada como personaje literario. Esto porque entonces, de pronto, la gente podría decir, “Ah, pues sí, está muy bien, es un personaje inventado, me hace pensar” y ya. Pero, de pronto, a través de la memoria, la autoficción y la autobiografía, si metía yo a la escritora de nombre Ana Clavel. Con ciertas experiencias vitales. Me parecía que podía más fácilmente legitimar esas huellas vividas en esta propuesta que tiene que ver no solamente con mostrar la legitimidad del placer, sino hacerlo de una manera feaciente.
Que no hubiera duda, de algún una manera, no como ficción, sino que esas transgresiones habitan a una persona concreta. Por allí, entonces, entra una de las otras protagonistas de la piel. No es solamente la piel y no son solamente las gemelas o las trillizas con las que comparte, sino la figura de la escritora Ana Clavel. La escritora hablando de ciertas experiencias propias
Sí, tiene que ver con las pulsiones. Con el deseo de la transgresión. Con el placer, incluso cuando es un placer que no es políticamente correcto en nuestros días como es asumir el deseo. El placer en una menor.
En la historia de Caperucita Roja en la versión original se nos muestra a una Caperucita que no es castigada por seguir sus instintos vitales. No es salvada por un cazador o leñador en la versión de los Hermanos Grimm. Es una Caperucita que asume su deseo de interactuar con el lobo. De curiosear con él, de jugar con fuego, de temer ser devorada. Pero, a la vez, también, la pulsión de serlo así. De ser devorada con todas las implicaciones metafóricas que tiene que ver ese acto de devoramiento. De meterse en la cama con el lobo.
En la versión original, después del diálogo famoso que todos conocemos, ella le dice al Lobo que quiere salir a hacer sus necesidades fuera de la cabaña. Después de varios intentos que el lobo usa para disuadirla, ella consigue salir y engaña al lobo. Cuando el lobo ya se da cuenta, ella ya llegó a su casa.
Esa historia original no castiga a Caperucita y la premia con su interacción de salir sana y salva de ese peligro inminente. Nos enseña que Caperucita tiene que saber lidiar con el mundo y con sus pulsiones. Por eso viene el premio como ese final feliz. Eso no nos da la historia de (Charles) Perrault. Ahí la castiga con que el lobo se la coma y los hermanos Grimm, que necesita de la ayuda de alguien para que la salve. No, es esta Caperucita la que es capaz de enfrentar al lobo. De salir al mundo del bosque, de interactuar y de salirse con la suya sana y salva.
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Esa versión no es la que se nos da como real porque prefirieron reprimir a esa Caperucita arrojada, curiosa. En armonía con sus instintos, con su deseo, su curiosidad y su aventura de lidiar con el mundo. De lidiar con lobos y salirse con la suya. Eso es lo que tendríamos que lograr. Un equilibrio para integrar esas zonas del yo que, de pronto, nos llevan a situaciones de peligro vistas desde este lado.
Desde el otro lado, por supuesto, están los lobos que también se aprovechan, que también buscan salirse con la suya. Pero los peligros en el bosque. Los peligros en la vida están allí y esas son las verdaderas enseñanzas que normalmente nos brindan los cuentos tradicionales. Equilibrar zonas amenazantes del yo o poder lidiar con ellas e interactuar con el exterior para lograr una psyche más integrada. Entonces, esa parte del deseo de una menor es algo que no se puede hablar. No se puede hablar porque, además, es difícil sin caer en los extremos del victimario o víctima. O, que de pronto, se esté solapando o se esté permitiendo que se justifique el abuso.
Por supuesto que no, pero bien tendríamos que entender lo que está llevando a Caperucita a seguir a lobo, a jugar con él, a hacer el ‘striptease’ antes de meterse a la cama, se va quitando la ropa, come fragmentos del cuerpo de la abuela, bebe sangre, tiene advertencias de un gato que le dice, “No, estás haciendo tal cosa”. Toda esa versión completa no se nos brinda porque ha sido una versión censurada para lograr, ahora sí, la domesticación de los instintos infantiles. No con una integración de la psyche, sino al contrario, con la represión. Y cuando se reprimen deseos tan importantes, estás mutilando a la persona y estás convirtiéndola en un menor de edad permanente.
Lo que pasa es que, si uno quiere vender, se puede ir por los clichés y los estereotipos que generalmente es como satisfacer nada más los deseos más superficiales o que exciten al lector.
Por ahí está el ejemplo de ‘Las sombras de Grey’, que aparentemente es una obra sadomasoquista y tiene de sadomasoquismo nada más que, por allí, se exhibe de pronto un látigo.
Cuando uno ha leído a El Marqués de Sade, sabe que el sadomasoquismo y las perversiones son espeluznantemente grotescas y que, además, cada quien tiene sus filias muy respetables si no lastimas a otro, si implica que pones en riesgo a otra persona, ahí sí ya estamos infringiendo la ley.
Pero sabemos también que ese tipo de abordaje más frontal conlleva finalmente a que El marqués de Sade termina siendo muy aburrido porque es lo mismo, lo mismo, lo mismo. Es la perversión sumada a la perversión, sumada a la perversión, porque está interesado en mostrarnos un vacío cósmico, moral y existencial… hay una propuesta detrás.
En las obras comerciales no, se van de una manera por caminos ya consabidos. Todas las versiones de Lolitas que vinieron después que siempre la ponen como una perversa, que manipula a los hombres o que es una niña que no rompe un plato. Pero, realmente, el tema de la interioridad, por ejemplo, de la nínfula no ha sido abordado de una manera honesta.
Hay novelas como ‘Las vírgenes suicidas’ de Jeffrey Eugenides, que sí hacen esa constelación interior. Nos muestra cinco hermanas en esa etapa de las Lolitas y ninguna es una niña ¿cómo decirlo? completamente inocente. Tienen una interioridad compleja, tienen deseos, fantasía, miedos y, a través, de esas cinco hermanas, nos muestra un poco de lo que es ese espectro que, de alguna manera, hombres y mujeres alguna vez vivimos en la etapa de la adolescencia donde no nos entendíamos, donde hacíamos cosas extrañas, que nos llevaban de pronto a querer jugar con fuego.
En el caso de las hermanas, por ejemplo, lo que las caracteriza es que las cinco se suicidan. O sea, que nunca puedes entender del todo, pero que te va dando un horizonte de lo incierto que es, de pronto, el abordaje de ciertas etapas y que no puedes caer ni en la demonización ni en la idealización. Tienes que abarcar el abanico.
Entonces, cuando haces una propuesta honesta, que busca ir más allá de esos velos, es cuando sí puede haber represión o censura porque, de pronto, la gente ve sus propios prejuicios. Los críticos literarios luego son muy moralinos, atrás pueden ser muy mochos, aunque puedan ser de pronto muy brillantes en otras áreas.
Finalmente, que cada quien arrastra sus prejuicios y sus inhibiciones a partir de esa piel psíquica que nos conforma. A veces, en unas partes se desarrolla bien y en otras no tanto y la sociedad y la religión se encargan de negar al cuerpo, negar el placer y lo que nos brindan es o una comercialización donde se muestra todo y donde aparentemente se permite todo o nos niegan esas facultades de encontrar nuestros deseos profundos y, sobre todo, al no enfrentarlos, no buscar de qué manera podemos darles una salida adecuada que no lastime a los otros.
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Pues con la ‘Autobiografía de la piel’ me di cuenta de los hilos, pulsiones y búsquedas que que han guiado mi escritura. De alguna manera había visto ciertas características como la transgresión, el asunto del cuerpo y la sensualidad. Pero de pronto me fueron evidentes hilos todavía más ocultos que hasta que estaba escribiendo al respecto en ‘Autobiografía de la piel’, me di cuenta de que habían estado detrás. Como en ‘El amor es hambre’ (2015). En esta historia inventada de una chica que es como una Caperucita contemporánea que va por el bosque de concreto, que son nuestras ciudades, con su de deseos y apetitos propios, yo pensaba que había desarrollado un personaje que estaba interactuando con el mundo, que tenía el asunto de que habían muerto sus padres, se había quedado al cuidado del tutor y de su tutora y que cuando ya empezaba a explorar los caminos de una educación sentimental y sensual, iba topándose con lobos y jugando.
La gente me decía que eran historias mías o que querían suponer que había algo detrás, yo les decía, “No, para nada. Este, es un personaje inventado, estrictamente no hay vivencias mías”. De pronto, en una entrevista, voy narrando este asunto de que ella va conociendo a sus amantes y va ahí experimentando, porque tiene atrás la ausencia del padre, de pronto me cayó el 20 de que en realidad sí, no eran las mismas experiencias vitales, pero el deseo del padre era el mío como persona con mi historia personal y yo de eso no me di cuenta cómo se estaba disfrazando en una escritura de una ficción.
Después cuando me refiero al asunto de ‘Las violetas son flores del deseo’ (2007) en la que se habla del deseo del incesto y que le doy la voz al padre de deseante, a Julián Mercader. Allí se habla del deseo del incesto por parte de él, pero lo que no me había dado cuenta es que a la hora de conformar al personaje de Julián Mercader, yo lo que hice fue proyectar mi propio deseo de transgresión en la figura de mi padre ausente y eso no se me reveló hasta que no estaba trabajando ‘Autobiografía de la piel’.
Me doy cuenta de que a través de la ficción, de la fantasía, de la creación literaria, de pronto he armado una suerte de recorrido que tiene que ver con una conformación de una escritura como una piel propia.
Entonces yo misma me sorprendí, me fui de espaldas, cuando me di cuenta de cómo estaba tan articulada mi escritura a estos instintos, a estos deseos primarios, a estos anhelos que tienen que ver justo con resarcir un paraíso que, de alguna manera, se nos fue de las manos.
Sí, es muy cierto eso de la piel, de dejarse la piel. Y es que así como yo he sentido la libertad de creación, yo creo que cuando los temas, de pronto, se cancelan yo veo en riesgo una libertad de creación que no deberíamos renunciar. Es uno de los pocos espacios de libertad que realmente tenemos, la libertad de imaginación. A veces, la realidad nos niega en todo lo posible consumar nuestros deseos, pero por lo menos en la imaginación, ahí podemos abordarlos. Entonces, la libertad en la imaginación, en la escritura, es una responsabilidad de ser fiel a esa libertad, a esa creación, de ser congruente con lo que a uno lo ha llevado a dejarse la piel en la escritura.