Los Globos de Oro se presentaban como una fiesta de lujo en la que los presentadores solían adoptar un tono más irreverente que sus homólogos de la Academia. Además, sólo se premiaban las categorías cinematográficas más llamativas (película, director y actores, entre otras), lo que significaba que no había largos discursos de supervisores de efectos visuales o directores de cortometrajes poco conocidos.